Wednesday, April 08, 2009


CAÍN o ABEL

Apenas me acuerdo de aquel día.
Emerge ahora en mi memoria
el singular atisbo que hilvanamos.
Después, algún gesto procuramos.
Y así nos conocimos…
Tú, tenías los ojos grandes y muy negros.
Yo también, al igual que los tuyos, creo.
¡Tan paralelos! ¡Casi hermanos!
Mas tarde, por fin, te fui aceptando.
Por mucho tiempo, no se cuanto,
nos insinuamos el guiño a cada rato.
En un principio te adoré
y al transcurrir la vida, nos odiamos.
¡Cómo te iba aborreciendo!
Caín o Abel?
Tú, siempre me mirabas extrañado,
y yo… te contemplaba extravagante.
Una día te enfrenté para contarte
del ausente color de sus cabellos;
del tácito dolor por resultante;
del traspié que sufrí por traicionarte,
del amor que ella bebiera en otra parte…
¡Como hubimos de llorar aquella tarde!
Luego, el tiempo fue pasando.
Ni tú ni yo nos dimos cuenta.
Una mañana, muy temprano,
te mostré mi peine con cabellos blancos,
te apenaste y, con el rostro acongojado,
revelaste lo propio en tu otra mano.
¡Pobre hermano! ¡Hermano mío!
Caín y Abel nos descubrimos.

Recuerdo, que un día al rasurarte
de tu mejilla un tajo te manchó la mano.
Tuve que lavar la mía y nada en ello supe raro.

Ayer, cuando volví, te descubrí llorando.
Sólo había venido, para explicarte,
de la ausencia imprevista de los viejos
y de las flores que puse entre sus brazos.
Me dio tanta pena que lloraras…
y en un arrobo de furor desatinado
que me abrazó implacable la garganta,
te arrojé por el suelo: ¡Caín, mi hermano!
Sin pena ni dolor, como escarmiento:
¡Acabé con tu existir, maldito espejo!

Norberto Pannone ©



IMPÍOS

Señora de esta tarde,
a medida que la luz sucumbe
sobre la alameda,
un chispeo de soles
te hurga las pestañas
y aun en tus perniles arde.
Soy el señor de la hora última;
el que guarda en su narciso
casta imagen de la hembra
acontecida siempre;
archivada en el racimo
y la simiente, o en el cristal
prosódico del vino.
Prima copa del celo refulgente.
Somos dos,
tan sólo un par de impíos,
paganos moradores de la tarde
esperando la noche que acontece.
Indefectible sombra,
lujurioso aquelarre,
hasta el instante mismo en que amanece.


Norberto Pannone